De
los seres, unos son por naturaleza y otros proceden de otras causas. Por
naturaleza, los animales y sus partes, y las plantas y los cuerpos simples,
como tierra, fuego, aire y agua (pues decimos que estas cosas y las que son
como estas son por naturaleza), y todas estas parecen diferenciarse de las que
no se producen por naturaleza porque cada una de ellas tiene en sí misma un
principio de movimiento y reposo, unas en lo que se refiere al lugar, otras
para el aumento y la disminución, y otras para la alteración. Pero una cama o
un manto, o cualquier otra cosa de ese género, en la medida en que merece, cada
una de ellas, que la denominemos con ese nombre, y que es producto del arte,
ninguna tendencia tienen al cambio en sí mismas; aunque, en cuanto son por
accidente de piedra o de tierra o de mezcla de estas cosas, sí lo tienen, y
solo en ese sentido: como que la naturaleza es algún principio y causa de
movimiento y de quietud, en aquello en que rige por sí misma y no por
accidente.
Aquí
(comienzo del libro segundo) Aristóteles define definitivamente lo que es
natural por sí. ¿Qué es lo propio de la Naturaleza, de toda cosa natural? Si
hemos caracterizado lo natural como todo aquello que se mueve o cambia, es
lógico que la naturaleza sea, en cada cosa, el propio (principio de)
movimiento.
Es
preciso que la “obviedad” de estas cosas no nos impida comprender su
profundidad y maravilla. Las cosas cambian, se mueven. Tiene que haber un
principio de movimiento en la naturaleza, y en cada naturaleza. Aunque, por
accidente, algunas cosas no lo tengan directamente. Por eso, aunque todo lo que
ocurre en la naturaleza es natural, no todo lo es de manera primordial. Son
primordialmente naturales aquellas cosas cuya actividad o cambio procede de, e
incluso se identifica con, ellas mismas. Lo que no es así, no es primariamente
por naturaleza, aunque en un sentido amplio esté incluido en la
naturaleza.Naturaleza es Actividad.
No
hay que caer en el error de creer que Aristóteles opone absolutamente lo
natural y lo artificial. Lo artificial es, por supuesto, parte de la
naturaleza, pero los objetos artificiales no son producto inmediato de la
naturaleza (no son primariamente naturales), sino productos secundarios,
mediados por otro ser natural, que los produce. Las causas naturales de lo
artificial hay que buscarlas, pues, en el productor y en la materia natural que
el productor ha utilizado para fabricarlo. Por supuesto, la inteligencia
(humana, por ejemplo) es parte de la naturaleza: el principio del movimiento
propio de las entidades naturales inteligentes, es decir, aquellas que saben
hablar y, precisamente, fabricar cosas artificiales imitando a la naturaleza.
No
obstante, la distinción entre natural y artificial, aunque la entendamos como
secundaria o relativa, puede dar lugar a aporías, sobre todo en nuestros
tiempos, en que los artefactos han llegado a imitar la naturaleza de una manera
más precisa que una cama o un mueble. Para resolver estas aporías es esencial
darse cuenta de que son dos criterios diferentes de artificialidad o
no-naturalidad el de tener un productor y el de no tener un principio interno
de cambio. Aunque genéticamente la causa natural de un artefacto sea un
artífice (lo que seguramente no es necesario: ¿es un artífice el castor, o la
hormiga?), lo que define estructural o formalmente a una entidad
no-primariamente-natural es no tener un principio intrínseco de cambio. Es
mejor (menos antropocéntrico) atenerse al segundo criterio. ¿Cómo distinguir,
entonces, con precisión, si una cosa es natural o artificial? ¿Es esta una
división absoluta, o de grado o relativa?
Un
electrón es una entidad natural porque hay una dinámica propia del electrón. Un
mueble no es primariamente natural porque, en cuanto mueble, no tiene cambio,
no hay (apenas) una dinámica mobiliar. ¿Qué decir de las máquinas que se
autoconservan? ¿Son “naturaleza artificial” (incluso vida artificial)? ¿Qué
decir de una piedra o una montaña? ¿Hay algún principio de cambio en estas
cosas?
Empezando por lo segundo, no es casual que Aristóteles no ponga ese tipo de ejemplos, sino que al tratar de los seres “inertes” se limite a los más elementales (los elementos últimos), como si fueran más claros.
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