NATURALEZA

miércoles, 17 de mayo de 2017

Natural Y Artificial

De los seres, unos son por naturaleza y otros proceden de otras causas. Por naturaleza, los animales y sus partes, y las plantas y los cuerpos simples, como tierra, fuego, aire y agua (pues decimos que estas cosas y las que son como estas son por naturaleza), y todas estas parecen diferenciarse de las que no se producen por naturaleza porque cada una de ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y reposo, unas en lo que se refiere al lugar, otras para el aumento y la disminución, y otras para la alteración. Pero una cama o un manto, o cualquier otra cosa de ese género, en la medida en que merece, cada una de ellas, que la denominemos con ese nombre, y que es producto del arte, ninguna tendencia tienen al cambio en sí mismas; aunque, en cuanto son por accidente de piedra o de tierra o de mezcla de estas cosas, sí lo tienen, y solo en ese sentido: como que la naturaleza es algún principio y causa de movimiento y de quietud, en aquello en que rige por sí misma y no por accidente.

Aquí (comienzo del libro segundo) Aristóteles define definitivamente lo que es natural por sí. ¿Qué es lo propio de la Naturaleza, de toda cosa natural? Si hemos caracterizado lo natural como todo aquello que se mueve o cambia, es lógico que la naturaleza sea, en cada cosa, el propio (principio de) movimiento.

Es preciso que la “obviedad” de estas cosas no nos impida comprender su profundidad y maravilla. Las cosas cambian, se mueven. Tiene que haber un principio de movimiento en la naturaleza, y en cada naturaleza. Aunque, por accidente, algunas cosas no lo tengan directamente. Por eso, aunque todo lo que ocurre en la naturaleza es natural, no todo lo es de manera primordial. Son primordialmente naturales aquellas cosas cuya actividad o cambio procede de, e incluso se identifica con, ellas mismas. Lo que no es así, no es primariamente por naturaleza, aunque en un sentido amplio esté incluido en la naturaleza.Naturaleza es Actividad.

No hay que caer en el error de creer que Aristóteles opone absolutamente lo natural y lo artificial. Lo artificial es, por supuesto, parte de la naturaleza, pero los objetos artificiales no son producto inmediato de la naturaleza (no son primariamente naturales), sino productos secundarios, mediados por otro ser natural, que los produce. Las causas naturales de lo artificial hay que buscarlas, pues, en el productor y en la materia natural que el productor ha utilizado para fabricarlo. Por supuesto, la inteligencia (humana, por ejemplo) es parte de la naturaleza: el principio del movimiento propio de las entidades naturales inteligentes, es decir, aquellas que saben hablar y, precisamente, fabricar cosas artificiales imitando a la naturaleza.

No obstante, la distinción entre natural y artificial, aunque la entendamos como secundaria o relativa, puede dar lugar a aporías, sobre todo en nuestros tiempos, en que los artefactos han llegado a imitar la naturaleza de una manera más precisa que una cama o un mueble. Para resolver estas aporías es esencial darse cuenta de que son dos criterios diferentes de artificialidad o no-naturalidad el de tener un productor y el de no tener un principio interno de cambio. Aunque genéticamente la causa natural de un artefacto sea un artífice (lo que seguramente no es necesario: ¿es un artífice el castor, o la hormiga?), lo que define estructural o formalmente a una entidad no-primariamente-natural es no tener un principio intrínseco de cambio. Es mejor (menos antropocéntrico) atenerse al segundo criterio. ¿Cómo distinguir, entonces, con precisión, si una cosa es natural o artificial? ¿Es esta una división absoluta, o de grado o relativa?
Un electrón es una entidad natural porque hay una dinámica propia del electrón. Un mueble no es primariamente natural porque, en cuanto mueble, no tiene cambio, no hay (apenas) una dinámica mobiliar. ¿Qué decir de las máquinas que se autoconservan? ¿Son “naturaleza artificial” (incluso vida artificial)? ¿Qué decir de una piedra o una montaña? ¿Hay algún principio de cambio en estas cosas?

Empezando por lo segundo, no es casual que Aristóteles no ponga ese tipo de ejemplos, sino que al tratar de los seres “inertes” se limite a los más elementales (los elementos últimos), como si fueran más claros.Quizás hay que decir que las montañas o las piedras no existen, o que existen menos que un elemento natural (el fuego, una partícula cuántica). El elemental-reduccionismo dirá que las montañas o las piedras no existen más que para la imaginación humana. ¿Y los compuestos químicos más básicos? ¿Existe el agua? ¿Y los elementos químicos? ¿Existe el oxígeno, o solo los cuanta…? El no-elemental-reduccionismo dirá que se trata, más bien, de diferentes niveles de la naturaleza, y que no hay que confundir grado de elementalidad con sustancialidad y existencia. Al nivel geológico las montañas existen, y tienen una dinámica propia, que es estudiada por la geografía; existen, cada una a su nivel, las piedras, el agua, el oxígeno… Lo que no quiere decir que exista todo aquello que postula una mente: quizás no existe el éter, aunque no porque sea complejo y divisible materialmente en partículas (como cualquier otra cosa), sino porque no haya, a ningún nivel, nada (ningún cambio) que se explique con un principio dinámico como el del éter. El principio apriorístico que guía al reduccionismo es la verdad de que hay una conexión completamente estrecha entre sustancialidad (coseidad) e indivisibilidad. Lo que se le olvida al reduccionismo es que una entidad compleja no es un mero agregado de partículas, sino un todo “mayor” que las partes, una estructura.

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