Los artistas han encontrado en la
naturaleza el espacio ideal para dar rienda suelta a su creatividad, el Land
Art. A su vez, también surge una nueva vía para la sensibilización
medioambiental, para que el público redescubra el paisaje y se sienta parte de
él.
A finales de los años sesenta del
siglo pasado, surge en Estados Unidos un movimiento artístico que estará
íntimamente unido a la naturaleza: el Land Art o Arte de la Tierra. Materiales
como piedras, hojas y ramas, elementos como el viento, el agua o el fuego, o
acciones como excavar o dibujar en la arena, forman parte de la puesta en
escena de una reinterpretación de los paisajes intervenidos.

Obras efímeras, que desaparecen bajo
los efectos de la erosión del viento, el agua o el tiempo. El artista no
pretende su perdurabilidad y prefiere su desmaterialización o desinstalación.
El trabajo queda registrado a través de imágenes fotográficas, grabaciones en
vídeo, bocetos y dibujos. Así pues, en un principio esta forma de expresión
artística niega el destino museístico de la obra, pero las imágenes y los
bocetos acaban expuestas en los circuitos convencionales de arte. Uno de los
objetivos es acentuar ese lugar concreto en el paisaje, pero aportando huellas
de la presencia humana en la tierra.
La intervención en la Naturaleza

Patrick Dougherty trenza con ramas
de eucalipto, olmo o sauce, recogidas de los paisajes cercanos,
estructuras-habitáculo que nos transportan al mundo de las hadas. En sus
cobijos vegetales la naturaleza salvaje se esconde y encontramos pájaros y
otros seres vivos.
En cuanto a la obra de Christo y
Jeanne-Claude, los embaladores por excelencia, trabajan en lugares que han sido
previamente gestionados por y para seres humanos como el envoltorio del Pont
Neuf en París (The Pont Neuf wrapped, 1975-85.)
La acción y el pensamiento del artista
se traslada al espacio natural, mezclando su obra con este escenario tan
particular, haciendo de él algo artificial, reinterpretando una parcela de
tierra, bosque o desierto antropomorfizandolo, creando un artificio de la
naturaleza al mismo tiempo que un vínculo.
El arte es un buen vehículo para la
expresión de ideas, para la denuncia, para la reflexión profunda. Las
intervenciones en el paisaje nos miden con él, en ocasiones nos facilita
conocer qué nos iguala y que nos distancia de la naturaleza, qué pieza somos en
ese paisaje. Nosotros, como espectadores de las obras, reflexionamos sobre su
ubicación, sobre su sentido, y la descontextualización de sus contenedores y
circuitos tradicionales nos hace reflexionar sobre nuestro asedio al
medioambiente.
El ser humano es colonizador,
devastador y despilfarrador de los recursos naturales. Hemos construido una
gran barrera entre el hombre y el medio natural y esas intervenciones in situ,
en espacios descontrolados a merced del proceso lógico de erosión y deterioro,
son como un tributo a pagar por nuestra especie ante tanta invasión reiterada.
Como ofrendas, el artista representa en ese particular teatro una obra dedicada
a los ojos del paisaje.
El arte de la tierra nos reúne de
algún modo con nuestra esencia, despierta en el espectador el placer de
observar, sentir y tocar el entorno, nos sensibiliza medioambientalmente. La
acción directa en el medio natural produce un choque, la perplejidad del espectador
que no espera el encuentro. Poco nos sorprendemos ya al toparnos con
edificaciones descomunales en lugares usurpados a la naturaleza; son
desgraciadamente para nuestra retina un elemento previsible en el hueco
ocupado, y casi nos sorprende más una acción artística en un bosque!.
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